El inicio de la civilización urbana en esta región podemos situarlo en la cultura Olmeca, desarrollada aproximadamente entre el 1.200 y el 400 a.C. y considerada la madre de las civilizaciones mesoamericanas.
Cabeza colosal. Cultura Olmeca (Jalapa, México)
Con elementos absolutamente originales y otros que serán asimilados por pueblos posteriores, el origen de esta cultura aún plantea interrogantes para los investigadores. Sus manifestaciones se extienden en un área de cerca de 18.000 km2, y ocupa el espacio de los actuales estados de Tabasco y Veracruz. Desde el punto de vista físico estamos hablando de una región pantanosa y bañada por ríos, que los dirigentes olmecas supieron aprovechar para el desarrollo de la agricultura. Una buena gestión en la explotación de la tierra permitió la acumulación de excedentes que facilitaría el desarrollo de una clase social que pudo ocupar su tiempo en tareas no productivas, como el culto, la administración y la producción artesanal.
La arqueología nos ha permitido conocer algunos de los yacimientos más significativos de esta cultura, como son los sitios de La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo. Y la exploración de los centros olmecas nos permite aceptar la existencia de una sociedad teocrática profundamente estratificada, cuyos dirigentes eran sostenidos por la población campesina dispersa en aldeas en torno a esos centros.
Lo más llamativo de esta civilización son sus realizaciones en el campo de la escultura monumental. De hecho, lo olmeca ha sido calificado como un poderoso estilo artístico. Sus cabezas colosales, hechas en basalto, que llegan a medir 3 metros de altura y hasta 3 metros de diámetro, con un peso que en ocasiones supera las 60 toneladas, son quizá la muestra más inquietante de estas realizaciones. Junto a ellas, los altares, estelas y esculturas más pequeñas de bulto redondo muestran una iconografía que refleja esa poderosa clase social que basó su poder en el control de la tierra y supo presentarse ante el pueblo campesino como reflejo de la presencia divina en la tierra.
Son pocos los datos que las fuentes arqueológicas nos aportan acerca de los comportamientos femeninos olmecas. Las realizaciones escultóricas se centran en personajes masculinos, tanto en las realizaciones de las cabezas colosales como en los llamados altares o tronos, singular realización iconográfica en la que una figura humana parece emerger del inframundo de los dioses. Un estudio de las representaciones halladas ha permitido fijar a los arqueólogos algunas pautas de comportamiento de estas sociedades. Partimos de la preponderancia del varón a la hora de ocupar puestos de gobierno. Aunque algunos estudiosos han querido ver rasgos femeninos en alguna de las cabezas colosales, no tenemos aún suficientes pruebas que nos permitan hablar de la existencia de mujeres de elite.
En cuanto a la vida cotidiana, de la gente común cabe pensar que tanto los hombres como las mujeres se dedicarían a las tareas agrícolas y a las propias del hogar, donde el papel más relevante lo tendría la mujer. Según algunas representaciones, la vestimenta de los olmecas era bastante sencilla, ya que el clima tampoco exigía prendas elaboradas. Si el varón se cubría con taparrabos, y de manera ocasional con un manto, la mujer llevaría falda y huipil, o incluso llevaría descubierto el torso. Ambos calzaban huaraches, una especie de toscas sandalias.
En la iconografía religiosa aparecen algunos aspectos que nos han permitido hablar de un momento mítico en que de la unión de la mujer y el jaguar surgen fuerzas importantes en el gobierno y en el panteón de esta cultura. Por tanto, lo femenino al menos como concepto tuvo su trascendencia en los orígenes de esta cultura, aunque nada de momento nos permita afirmar la existencia de mujeres concretas que tuvieran especial significación en las actividades políticas o religiosas.
Ya en esta civilización aparecen algunos de los rasgos que serán típicos de las altas culturas mesoamericanas. Tal es el caso de la presencia iconográfica del jaguar, las representaciones del dios de la lluvia, y las grandes creaciones de los habitantes de este espacio: el calendario y la escritura jeroglífica, de la que se han encontrado restos en piedra de hace cerca de 3.000 años, y nos permiten datarla como la escritura más antigua de América .